domingo, 28 de diciembre de 2008

El mejor mundo: el de los posibles


Leyendo Primeros cuentos de diez maestros latinoamericanos, de Ángel Rama, me re-encontré con un pasado cercano que me niego a soltar –miedo de un niño a la oscuridad–en uno de estos cuentos, el de Juan Carlos Onetti, “El posible Baldi”. No tengo intenciones de reteñir la lectura de otros a través de un análisis literario; prefiero, a cambio, quedarme con aquello de la literatura que me reconcilia con la vida y con la especie humana: la lectura, el despliegue de un mundo que, en sus pliegues, ofrece un refugio para mí. Procedo, entonces, a transcribir sus palabras, como un oficio de escritura personal que me permite buscar, sin temor a confesarlo, un calco de esa sensibilidad, de esa mirada onettiana de mi objeto de deseo: la ciudad de Buenos Aires.

“Y rápido como si sacudiera pensamientos tristes, la cabeza giraba hacia la izquierda, chorreaba una mirada a Baldi y volvía a mirar hacia delante.”

“Unos faroles rojos clavados en el aire oscurecido.”

miércoles, 24 de diciembre de 2008

Poeta de los pocos


Pasaba frente a casa de mis padres. A mis hermanos y a mí nos daba miedo, nos escondíamos en el garaje. Mi madre dijo que una vez, drogado, se trepó al techo por la reja del frente. Se tejían historias. Conocíamos a sus padres. Conocíamos a sus hermanos. Aun así, nunca los saludamos. Todo venía de terceros, de cuartos y de rumores y de lo que nuestros ojos veían y nuestras mentes inventaban. Años después, ya no recuerdo cómo, llego a mis manos un pequeño libro, rojo, con un dibujo –esfero, tal vez– titulado Del árbol viejo del “Montemp”. Su autor, Jorge Leongómez Herrera, el hombre que tanto asustó nuestra infancia:

Bohemio de vestido gris

Bohemio de vestido gris,
sucio y ajado; húmedos
recuerdos enmohecen
las solapas, y aquella

fina y elegante flor, hoy,
cual moco de pavo
en la penumbra del bajo
ambiente que circunda.

Fondas miserables
de putas y mendigos
la grasa en los codos
se apelmaza.

Tan triste en sus arrugas
colgado de un clavo
a la pared del cuchitril,
su línea no recuerda las manos
cariñosas ocupadas
en sus pliegues…

Miasmas de pútrido olor…
de la miseria espectro gris.

Solitario y sin consuelo
llora un dandy arrepentido
de vicios y placeres.


Bogotá, 26.XI.87.

martes, 23 de diciembre de 2008

¿Salón des-Cano?



Hace días pasé por el Museo de Arte de la Universidad Nacional de Colombia invitada –debo agradecerlo- por los avisos publicitarios. Pasé porque, también, quería recordar viejos tiempos: un tiempo recobrado. Me encontré con el Salón Cano. Lo recorrí y de mi visita saco dos cosas: la primera, que el dibujo ha vuelto a tomarse la palabra entre toda la marejada de instalaciones, videos e indeterminados que nos ocupaban hace una temporada, y la segunda, que de el Salón Cano ya no queda sino el nombre. No quiero ser fatalista pero si pensamos que los productos artísticos que se exponen en este espacio son el resultado de clases y del talento de los estudiantes estamos escasos tanto de lo uno de lo otro y, me incluyo, con ese plural del que tanto me escabullo cuando escribo y cuando vivo.

Noveles escritores colombianos

Reviso, en estas vacaciones de fin de año, las novelas de Pilar Quintana, Luis Fernando Charry y Álvaro Robledo. Quiero empezar a trazar el panorama de las nuevas letras colombianas, con sus desvíos, sus caminos transitados y sus rutas de acceso. Varios horizontes necesito: autor, obra, divulgación. De a poco, y en forma de diario, iré transcribiendo mis hallazgos e impresiones (aunque dicha palabra cause escozor en la Academia).