sábado, 3 de enero de 2009

Debajo, ya no en la superficie


Caminando por el centro con H., nos decidimos a entrar a una tienda de venta de bodega de una gran papelería. A pesar de que los bolsillos no iban muy pesados, yo llevaba un bolso grande, desocupado y con ínfulas de ser útil. Entre los estantes que daban a los muros había libros, ubicados, como mejor se pudiera, para ser vistos, sacados y llevados. Entre ellos, uno pequeño –siempre he sentido debilidad por lo débil y lo insignificante– con la pintura de una mujer de piernas cruzadas, que dejaba a mis ojos el recorrido de su espalda animado por cuatro uñas pintadas de carmesí. El título: dibaxu. El autor: Juan Gelman, Premio Cervantes de la Letras, 2007. Ya en casa, al leerlo, me senté, de nuevo, en una silla del fondo del auditorio de la Biblioteca Nacional, en Buenos Aires, y oí la voz de Juan leer poemas, alentada por la respiración del bandoneón. Ahora, en Bogotá, me topo con este libro escrito, como él mismo lo anota, en sefardí, entre 1983 y 1985. La elección es clara: a pesar de ser de origen judío, Juan Gelman no es sefardí. El ejercicio se lleva a cabo en el terreno del lenguaje y del exilio. Lo que importa es reproducir el sonido de las palabras por quien lee. El poema quiere ser leído y el poeta se regocijará porque los diminutivos serán susurro de una ternura recuperada.

dizis avlas cun árvulis
tenin folyas que cantan
y páxarus
qui djuntan sol/

tu silenziu
disparta
lus gritus
dil mundu/


dices palabras con árboles/
tienen hojas que cantan
y pájaros
que juntan sol/

tu silencio
despierta
los gritos
del mundo/

Si las coincidencias existen, entonces podré anexar lo siguiente: días después, rescatando algunos números del desaparecido Magazín Dominical de El Espectador encontré un artículo escrito por un tal Juan Mosca, sobre el también desaparecido –pero a finales de 2007– Rogelio Salmona, cuyos ancestros sí eran sefardíes:

Después de la expulsión, los sefardís [sic] siguieron utilizando el español del siglo XV en la vida cotidiana, siguieron pensando en España como el país que perdieron, pero que era definitivamente suyo.

Y he ahí que pude leer los poemas de dibaxu como el llamado del país perdido, como el canto melancólico del padre en busca de su hijo extraviado, al otro lado del río, y pude recorrer los espacios de ladrillo y ojos de agua como el eterno retorno de lo que nunca se ha ido.