domingo, 4 de octubre de 2009

Lo maravilloso de lo breve: Junot Díaz



Los errores de la búsqueda me condujeron a llevar a mi casa y a mi cama, lugar preferido de lectura, un libro desconocido de Junot Díaz, Los boys. Díaz, escritor dominicano (1968), renombrado nombre gracias a su novela The Brief Wondrous Life of Oscar Wao, ha reconfortado mis días de enfermedad con una colección de relatos, estampas, que funcionan bien solos o acompañados. ¿En qué radica la maravilla? Lo primero, el lenguaje: suerte de tematización del exilio a través del uso de palabras propias del castellano chispeadas entre lengua extranjera (¿es necesario recordar la opción de la escritura en el idioma inglés?). El ejercicio de traducción se convierte en una propuesta de alquimia del lenguaje que reclama su origen latino, al igual que los personajes. La poética del desarraigo, anunciada desde el mismo título, se estructura –como la buena literatura– en la palabra como materia. Pero la tematización del exilio va más allá del lenguaje, apuesta desencadenada por el planteo de personajes-intemperie: seres que deambulan, por el texto como por la vida, y que se convierten en una razón segunda para hablar de maravilla. Como tengo una especial fijación por el tres, concluyo esta nota de gratitud con la enunciación de los temas: mojones del efecto estético: la pérdida de identidad (engalanada en su representación y tematización con el “Sin rostro”), el despertar sexual (carnalización de la escritura), la búsqueda del paraíso y la renuncia al mismo (visión de lo “otro” desde el extrañamiento y la anomia) y el tributo a la mami (metáfora del origen perdido y recuperado).

Bogotá, 2009

Muy recomendado: Díaz, Junot. Los boys. Trad. Miguel Martínez-Lage. Barcelona: Mondadori, 1996, 202 p.

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Hablar de monólogo interior [fluir de la conciencia] es nombrar a Virginia Woolf, a James Joyce. Hace poco, la novela del sesenta, Dos o tres inviernos me hizo pensar en la sofisticación que demanda, del artista, esta técnica literaria para convertise en obra. Contraria a muchos, me aburrí mucho con La señora Dalloway: el monólogo rebasa la afectación hasta el punto de producir arcadas que se traducen en el paso rápido y aéreo de las páginas (solo retenidas con las apariciones de Septimus).

Durante mis breves vacaciones, tuve por empresa leerme una novelita del escritor austríaco Arthur Schnitzler (Viena, 1862-1931), La señorita Elsa que, en 1923, aglutinaba en palabras las angustias femeninas de la heroína: una mujercita debatida entre la entrega física, como prenda de una deuda paterna a un hombre que la demanda, y su entrega a las elucubraciones del deseo íntimo.

Como es lógico, gana el deseo a la realidad (sino pregúntenle al grande Luis Cernuda que se ocupó del asunto en su universo poético) y el lector asiste al texto ya no como testigo, sino como textigo (delicia de delicias para nosotros, los vouyeristas) que se balancea y pedalea entre lo que se ve y lo que se siente.

Recomendado: Schnitzler, Arthur. La señorita Elsa. México: Siglo XXI Editores, 1982: 9-101.

Bogotá, 2009