domingo, 21 de marzo de 2010

Tras las huellas de Montaigne


Montaigne, by Thomas de Leu


A A. C.

Los encuentros fortuitos con algunos textos son manantial inagotable de alegrías, más aún cuando estos textos hacen parte de un corpus impuesto por variadas circunstancias, para este caso, por las lecturas de una materia con un nombre sugerente y seductor: “Hermenéutica del sujeto literario”. La constelación hallada ha dejado a su paso nombres como Barthes, Said, Foucault, y, el más reciente, Montaigne.

A propósito de la cita, toda la importancia se sustenta en el artilugio de este francés renacentista para concebir la escritura, primero, como la identidad de su propio yo, un yo que renuncia a encabalgamientos provocados por los códigos que impone la sociedad a los ciudadanos y que se designa a sí mismo con su propio nombre: Michel de Montaigne, y segundo, como una escritura que no se cristaliza, que no busca ser su principio y fin, sino solo el pre-texto, la iniciación del lector.

Recomendado: Ensayos, de Michel de Montaigne.

Bogotá, 2010.

martes, 2 de marzo de 2010

A tu lado, Camila





En el mismo camino que me traza la línea de Solodkow, leo un texto sobre Rosas con leves interrupciones de navegación en Internet. Una de estas digresiones me lleva hasta la directora de cine, feminista y guionista argentina María Luisa Bemberg (1922-1995), perteneciente (además de todo) al barril fundador de la famosa cervecería Quilmes, quien en 1984 estrenó una película, candidata al Oscar a mejor película extranjera, titulada Camila. En la línea que trazan las denominaciones de lo marginal y de la exclusión, la inserción explícita del nombre femenino diluye toda duda en cuanto a la orientación y preferencias ideológicas de la autora. La elección de la biografía femenina como material fértil de la cristalización estética en la imagen cinematográfica es el segundo paso del recorrido; más aún cuando la protagonista es una mujer de la élite argentina, Camila O’Gorman, librepensadora, en la época del “Restaurador”, Juan Manuel de Rosas, que sin reparo alguno acalla la voz de la razón para dar paso al caballo desbocado de la pasión carnal por Ladislao Gutiérrez, sacerdote recién llegado a la iglesia del Socorro. La adopción de lo marginal, elevado a su máxima potencia mediante la trasgresión de la ley dictada por el régimen colorado y su punzón restaurador, es entonces la única salida para enfrentar el orden impuesto y es la puesta en escena, a manera de sombra proyectada en la tela blanca, del “cuarto propio” de Virginia Woolf que se inserta, al final, en la tradición tanática de la muerte como solución y reencuentro.

Bogotá, 2010