No. Esta adición basta, en Historia del cerco de Lisboa, para cambiar el sentido de todo un libro. Tema de una ficción que, en el corrector, se convierte en real. Sin entrar en diferencias entre realidad y ficción, la misión del corrector es reducida a la astilla incrustada en la piel. Aun así, es una de las actividades que más disfrute produce. No siempre se tiene la oportunidad de suplantar al autor con su permiso: vivir la experiencia de que aquello es escrito por otro es algo a lo que se tiene derecho, pero a todo derecho es inherente un deber. Y la noción del deber se apoya en el respeto que traza el texto mismo: su ritmo, intención y efecto. Toda partida implica la contemplación de un horizonte que es compartido durante la lectura. El corrector debe tener la agudeza de vislumbrar ese horizonte de deseo del autor cristalizado en el texto; sin eso, la corrección es mera mención.
Bogotá, 2009