miércoles, 16 de septiembre de 2009

Los premios {pero no Cortázar}

Ronda la idea de los premios ahora que me he dedicado a leer algunas novelas declaradas ganadoras de concursos literarios colombianos –grandes o menos grandes-. Los premios, todos lo sabemos, se consideran la solución más oportuna y posible de alcanzar la salida del anonimato literario además de representar el tesoro que todo pirata necesitado de alimento material persigue. Pero los premios se convierten en maldiciones una vez se gasta el cheque: las obras caen en el pozo sin fondo del olvido, la expectativa asfixia al autor y los compromisos sociales engatusan a la mano que escribe pasándole copas de vino, vasos de whisky, manos de hombres y manos de mujeres, y canapés de sal y de dulce. Lo peor de todo esto es que la franja de premios es invisible para la ya, de por sí, cegatona crítica literaria y la obra no pasa de la estación de reseñas obligadas por compromisos contraídos de todo tipo distinto al literario o de breves notas al margen de los avisos publicitarios en diarios y revistas. Algo me hace pensar que puedo recetar a las novelas premiadas con las prescripciones de las novelas autoeditadas y que, tanto las unas como las otras, adolecen del mal de la fugacidad de los quince minutos de fama de la cultura de masas.

Bogotá, 2009

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