lunes, 4 de enero de 2010

Cali sin pachanga


Desde Que viva la musica!, no habia leido otro texto de Andres Caicedo, uno de esos escritores a los que se les rinde un culto que alimenta en mi la desconfianza. Lejos del zangoloteo salsero, del champu y del paseo de olla al rio Pance, leo un conjunto de cuentos, rescatados, ordenados y publicados bajo el aliento de la amistad de Romero, con la sensacion que provocan en mi los cuentos de Poe o de Palacio. Si trato de acomodar dicha sensacion a la forma de las palabras escojo 'extragneza' o 'seco' o 'corrosion', y si tengo que escoger un color, me decido por el trillado negro. A pocos dias de estar en las mismas calles de Kafka, la lectura de "Besacalles" es vestibulo del tiempo venidero. Duradera ha sido la cicatriz dejada por Caicedo en las escrituras posteriores aunque nunca se ha visto como una sombra o un estigma, sino como el tributo a un jovencito que, fijado el dia de su muerte, fijo para si la mision de dejarnos el modo perfecto de recordarlo.

Kempten. 2010.

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