miércoles, 10 de junio de 2009

El problema del “autor real”



Cuando era pequeña pasaban por la televisión una serie llamada “Shogun”, dirigida por Jerry London y protagonizada por Richard Camberlain. No recuerdo cuál era el día que tanto esperaba a la semana para sentarme frente a la televisión a ver los kimonos, los espacios claros, desocupados, separados por el agradable sonido de las puertas corredizas; pero sí recuerdo que todos los fines de semana desbarataba mi cama e improvisaba mi espacio japonés con colchón y cobijas, y mi kimono, con sábanas de muñequitos. Chamberlain fue, en esta puerta de entrada a la cultura japonesa, mi primer amor platónico reafirmado luego en la también serie “El pájaro Espino”. Más tarde, en el invierno de 2001, mientras alimentaba peces naranja y amarillo en el estanque del jardín japonés, en Buenos Aires, pude reconstruir otro tramo de mi fascinación.
En el “Magazín Dominical” ―No. 659 del 31 de diciembre de 1995― de El Espectador me topé con un cuento de la escritora japonesa Kanai Mieko (Takasaki, 1947) titulado “Amor platónico”. Mi experiencia de lectura de narrativa japonesa se reduce a Yasunari Kawabata, Kenzaburo Oé y Yukio Mishima, pero creo que mi empatía con su visión del vacío y con la concepción del objeto literario –ante todo como estético- es alimentada por la necesidad de borrar las fronteras entre prosa y poesía que la historiografía literaria nos ha querido imponer a través de los géneros literarios. No estoy muy segura de que Kanai intente resolver ―como lo dice Fernando Barbosa, traductor y presentador del texto de la escritora japonesa―, “los interrogantes que plantea el origen de la creación literaria”; pero sí considero que “Amor platónico” es la puesta en forma estética del eterno conflicto al que se enfrenta el yo creador: la figura del autor, y que su cuento es una de aquellas sofisticadas e inspiradoras reflexiones teóricas acerca de la noción de autor en la obra literaria.
He aquí algunos apartes de su cuento:

Si alguna vez tuviera que probarle a ella que yo soy “la autora”, supongo que tendría que hacerlo escribiendo un ensayo o un libro. Me hice conocida de ella… bueno, en este caso no sé si “conocida” sea la palabra correcta… de cualquier forma, nuestra extraña relación comenzó cuando escribí mi primer cuento.

¿Por qué será que al final, así se trate de evitar la discusión sobre nuestra propia obra, o la que pensamos escribir, terminamos contándolo todo? A pesar de gozar con el silencio, las palabras emergen… Empezamos con el deseo de discutir la verdad y en la práctica llegamos a términos que encubren la verdad. ¿Qué está requerido y anticipado en el acto que llamamos “discutir la propia obra”? Quizás sea una forma de confesión. Y dentro de ese acto que pretende ser una confesión, sueño una forma en la cual, ocultos, permanezcan los libros que ingeniosamente se hayan vuelto ilusiones.

Hasta entonces, no tenía más que un título para el cuento que planeaba escribir: “Amor platónico”. ¿Y quién diablos lo escribiría? ¿Ella o yo?

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